En 1854 los casacas rojas británicas, en inferioridad numérica, enfrentaron en Balaclava una carga de caballería mediante una delgada línea defensiva de tan sólo dos filas, insuficiente frente a los jinetes rusos. Sorprendentemente rechazaron el ataque porque el general ruso, ante la debilidad de la línea de infantería, creyó que era una emboscada y ordenó la retirada. Esa acción militar recibió el nombre de La delgada línea roja.
Desde entonces esa expresión se utiliza como metáfora. También es el título de una película de Terrence Malick ubicada en el contexto de la batalla de Guadalcanal. En ella, la bondad y la vileza, la compasión y la crueldad, quedan simbólicamente separadas por esa línea imaginaria. Un monólogo indaga sobre el origen del mal: «¿Cómo se infiltró en el mundo? ¿De qué semilla, de qué raíz creció? ¿Quién es el autor? ¿Quién nos está matando, robándonos vida y luz?» Preguntas que no encuentran respuesta y que están hoy presentes en las cruentas guerras de Ucrania y Oriente Medio, y en tantas situaciones donde se pisotea la justicia, la verdad y la dignidad humana.
Enrique Santos Discépolo, escandalizado por la corrupta sociedad de su época, también reflejó en forma de tango la cancelación de la línea roja entre la honradez y la deshonestidad: «Es lo mismo el que labura noche y día como un buey –escribió Discépolo– que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley…». Denunciaba con porteña amargura que «el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente». Hoy, en nuestro convulso siglo XXI, Discépolo no modificaría mucho la letra de su canción. La decencia y la indecencia crecen juntas –como el trigo y la cizaña–, se entremezclan franqueando esa débil línea que separa el bien del mal. Podemos creer que, como en el tango, «el mundo fue y será una porquería» y que «es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador». No faltan razones para ello, porque cada día nos golpean casos de abuso de poder, manipulación, tráfico de influencias o malversación, que son en definitiva diferentes facetas de la maldad y que hacen difícil creer que la política tenga como fin el bien común.
También abundan quienes consideran subjetivo el concepto de decencia y cautivados por la desfachatez o por presuntos nobles ideales, juzgan al criminal o al estafador como virtuoso y digno de elogio, aunque mucho debe retorcerse la razón para transmutar al tramposo en gente honrada, o al terrorista en héroe o prócer de la patria.
Cambalaches, mentiras y corrupción, en compañía de ideologías e identidades tóxicas, que desgraciadamente encuentran su pléyade de cómplices y seguidores. Todos los días se franquean nuevas líneas rojas por el ansia de poder y de dinero. Los oscuros manejos de Koldo, Ábalos y Aldama, o las andanzas de la esposa del presidente, consiguen que se olviden los desmanes indecentes del ex diputado Tito Berni o los vergonzosos indultos y amnistías aprobadas por el mismo Pedro Sánchez que, en el pasado, afirmó sentir «vergüenza de que un político indulte a otro».
Hace meses escribí en estas páginas que quizá algún día sepamos la verdad sobre el oscuro episodio de Barajas en la medianoche del 20 de enero de 2020, con maletas misteriosas y un peculiar comité que recibió a la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez. Ahora se ha sabido que el presidente Sánchez conocía desde días antes el viaje de Delcy, aunque mintió declarando lo contrario. También se ha publicado que los agentes del CNI desplegados en el aeropuerto, recibieron esa noche la orden de retirarse.
Sales cada día a la calle y encuentras mayoritariamente gente honrada, que vive de su trabajo –en ocasiones con apuros– sacando adelante sus vidas y a sus familias. Pero, al otro lado de la línea roja encuentras la indecencia: el manipulador, el violento, el corrupto y el que sólo busca la discordia y el enfrentamiento… Estos últimos son quizá escasos, pero pretenden mover el mundo. No obstante, como dijo alguien, la esperanza es esa maldita cosa que nunca te deja en paz y se empeña en que sigamos teniendo fe en la humanidad… en la gente decente.
20 de octubre de 2024.
Este artículo se publicó originalmente en la Edición de la Safor del diario Levante-EMV, el 23 de octubre de 2024.