«Abril es el mes más cruel, criando lilas de la tierra muerta, mezclando memoria y deseo, removiendo turbias raíces con lluvia de primavera». Marzo transcurría apacible esperando la primavera, las Fallas y la Pascua, cuando vimos llegar al cuarto jinete de la Apocalipsis, que tenía por nombre Muerte, montando un caballo amarillo (Apocalipsis 6, 1-8). Ya en abril, el mes más cruel, el jinete arrastró a la muerte a más de 16.000 de los nuestros -probablemente alrededor de 23.000-, que se sumaron a los que ya nos había arrebatado en marzo y a los que se llevaría en mayo y junio: «No creí que la muerte hubiera deshecho a tantos», escribió T.S. Eliot hace casi un siglo.
Iluso de mí, tenía previsto comenzar abril sobrevolando Brasil para llegar a Roma a primera hora de la mañana y, tras unas horas en la ciudad eterna, tomar esa tarde un vuelo a Valencia. Pero el uno de abril Roma ya no era una ciudad abierta, ni lo era Valencia ni Gandia… Se habían convertido en ciudades cerradas, irreales y muertas, exhaustas bajo el tableteo de la incesante lluvia primaveral. La pandemia, fulminaba vidas, trabajos, proyectos, esperanzas e ilusiones.
El jinete no sólo trajo la peste y la muerte, sino que de las turbias raíces revueltas brotó una ceguera que afectó a dirigentes políticos que se negaron a ver la realidad y a actuar en consecuencia. Gregory Poland, director de investigación de vacunas de la Clínica Mayo de Rochester, decía que en esta pandemia «algo esencial que hemos aprendido es que la negación de la realidad es mortal». ¡Y tanto que es mortal! Que le pregunten al jinete tenebroso por la cosecha de vidas segadas que lleva sobre su rocín.
Triste consuelo es que el Gobierno de España no fuera el único al que se le nubló la vista y el entendimiento. Macron, Comte, Johnson, Trump, Wilmès, acompañan a Sánchez en el podio de la obcecación y la negligencia. No se prepararon ni actuaron a tiempo y, cuando reaccionaron lo hicieron con torpeza. El editor de la prestigiosa revista médica The Lancet, Richard Horton, habló en la BBC de «un escándalo nacional» refiriéndose al Reino Unido, pero su denuncia es válida para España. «La última semana de enero sabíamos que esto llegaría y desperdiciamos febrero, cuando podríamos haber actuado». Se podrían haber preparado y distribuido test, equipos de protección, respiradores… pero no se hizo. «Es trágico y era evitable». Y no son juicios infundados, sino realidades innegables que han quedado registradas y avaladas por la fría evidencia matemática.
Tras la peste y la ceguera, el jinete del Apocalipsis siguió removiendo la tierra hasta que germinó la impostura, el engaño y la simple estupidez, con una virulencia mayor que la del virus maldito. Una insufrible campaña de marketing político para tapar la incapacidad y los errores de unos dirigentes inconscientes. #EsteVirusLoParamosUnidos, fue uno de los eslóganes mojigatos para difuminar la responsabilidad gubernamental. Ante unos dirigentes incapaces de frenar al virus, lo tuvimos que parar entre todos. Las luces acompañan a las sombras y la grandeza a la miseria. La abnegación, el sacrificio y la vida de tantos -sanitarios, trabajadores de actividades esenciales, cuerpos de seguridad-, ha sido el contrapunto a la desfachatez de unos gobernantes que aún se atreven a presumir: «Creo que hemos estado en la gama alta de éxito y en la gama baja de errores», afirmó sin rubor la vicepresidenta Teresa Ribera defendiendo la gestión del Gobierno.
Al fin llegué a Roma el 10 de abril, no físicamente sino con el corazón y a través de las ondas. Era Viernes Santo y en la Basílica de San Pedro, vacía, se conmemoraba la Pasión de Cristo. Escuché a un venerable fraile capuchino, Rainero Cantalamesa, pronunciar quizá las palabras más sensatas y profundas que escuché durante la pandemia. «¿Cuál es la luz que todo esto arroja sobre la situación dramática que está viviendo la humanidad? […] Más que a las causas, debemos mirar a los efectos. No sólo los negativos, cuyo triste parte escuchamos cada día, sino también los positivos que sólo una observación más atenta nos ayuda a captar. La pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el delirio de omnipotencia […] Ha bastado el más pequeño e informe elemento de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos».
Ahora que afortunadamente se aleja el tenebroso jinete sobre su caballo, llega el momento de hacer balance. Esta guerra la hemos perdido irremisiblemente y no podremos evitar nuevas epidemias en el futuro, ya que son un fenómeno natural que, como los huracanes o terremotos, azotan periódicamente a la humanidad. Era absolutamente previsible una pandemia originada por un virus como el SARS-CoV-2. También era predecible el daño que podía llegar a causar, pero no era tan difícil minimizar el enorme perjuicio que ha ocasionado. Por eso deberíamos gritarles a nuestros gobernantes: ¡Nunca más! No permitamos otro mes de abril tan cruel.
Este artículo fue publicado originalmente en el diario LEVANTE EMV Edición La Safor el 3 de julio de 2020.
Una respuesta
Extraordinario como siempre, Enrique.