Volodia

Volodia era el hijo predilecto de su madre. Sus hermanas le adoraban. Le encantaba la Appassionata de Beethoven, aunque escuchar música con frecuencia le afectaba los nervios. Leía y releía Guerra y Paz de Tolstói; era amable, sensible, brillante y austero. El nombre de Volodia, una forma familiar de Vladímir, permite visualizar los aspectos más humanos de Vladímir Ilich Uliánov, más conocido por el alias de Lenin. Por el contrario, este seudónimo simboliza su faceta más oscura y feroz, de tenaz enfrentamiento a la naturaleza humana.

Vasili Grossman escribió en su obra Todo fluye que«Todas las victorias del Partido y del Estado estaban ligadas al nombre de Lenin. Pero Vladímir Ilich también cargaba a sus espaldas con todas las crueldades cometidas en el país». El libro no es sólo una novela, sino también un estudio profundo de la tragedia que acompañó a la URSS desde su nacimiento. Grossman explica la dualidad del corazón de Lenin, donde el amor al pueblo se fusionaba con rasgos completamente opuestos como «el desprecio y la inflexibilidad hacia el sufrimiento humano, la admiración por el principio abstracto, la firme voluntad de aniquilar no sólo a los enemigos sino también a los compañeros de causa apenas se desviasen un poco en la interpretación de aquellos principios abstractos» así como «la disposición a aplastar la libertad viva, la libertad presente, en nombre de una libertad imaginaria».

Martin Amis sostiene que el programa marxista desafió punto por punto la naturaleza humana. Frente a la contradicción entre programa y humanidad, la respuesta «miserablemente procústea de los líderes bolcheviques fue dejar el programa intacto y cambiar la naturaleza humana». El adjetivo procústeo procede de la mitología griega, Procusto ataba a sus invitados a una cama: si era pequeña para ellos, les serraba las piernas o la cabeza para ajustar su tamaño a la cama y si la cama era grande, les estiraba las extremidades para que ocuparan todo el espacio.

Lenin era consciente de la contradicción. Hablando con Máximo Gorki comentó: «hoy en día […] hay que golpear las cabecitas de la gente, golpear sin piedad, aunque lo ideal es que estemos en contra de hacer cualquier tipo de violencia contra la gente… ¡Qué trabajo tan diabólicamente difícil!». Golpear sin piedad para arrancar del amado pueblo aquello que no encajaba con su pensamiento abstracto: una tarea diabólica.

El mito de un Lenin bueno frente al Stalin malo es una fábula. El «inmutable abismo negro de opresión y terror» según Nabokov, lo inició Lenin en 1917: creó la temible Cheka y los campos de detención, preludio del Gulag. Estudios recientes estiman en 1,3 millones las víctimas de la represión bolchevique durante su mandato: prisioneros de guerra, kulaks, disidentes, adversarios… En marzo de 1922 escribió: «Es precisamente ahora y sólo ahora, cuando en las regiones hambrientas la gente está comiendo carne humana y cientos, si no miles, de cadáveres están esparcidos por los caminos, que debemos llevar a cabo la confiscación de los objetos de valor de la Iglesia con la energía más salvaje y despiadada. Precisamente en este momento debemos dar batalla de la manera más decisiva y despiadada y aplastar su resistencia con tal brutalidad que no se olvide en décadas… Cuanto mayor sea el número de representantes del clero reaccionario y de la burguesía reaccionaria que consigamos ejecutar por este motivo, mejor». Sólo ese año fueron asesinados 8.100 monjes, monjas y sacerdotes.

Decía Hannah Arendt que lo más perturbador del éxito del totalitarismo es el altruismo genuino de sus partidarios. Es la paradoja del marxismo, cuyo atractivo hechizó la mente y el corazón de muchos apelando a la generosidad y la justicia. Tratándose de un objetivo tan sublime como la transformación del mundo y el advenimiento por «necesidad histórica», de una nueva era de paz y libertad, no se debía reparar en los medios para conseguirlo. Ante una meta tan elevada se justificaba el golpear cabezas con brutalidad salvaje, sin importar las vidas que hubiera que segar para cincelar al hombre nuevo. Ese es el camino que llevó de Volodia a Lenin. El camino de «las desventuras de la bondad extrema», según expresión de Mauricio Rojas, como resultado de una inconmensurable soberbia intelectual.

A propósito de Lenin, he leído que un regidor del Ayuntamiento de Gandia tiene en su despacho una foto suya. Es triste y alarmante que aún exista quien considere a Lenin digno de admiración, demostrando una insensibilidad total hacia la memoria y el sufrimiento de las víctimas de la represión bolchevique. Por muy elevados que fueran los fines que le inspiraron, Lenin recurrió a medios infames para alcanzarlos.

Las ideas y principios abstractos no son sagrados, pero la dignidad y la vida del hombre sí lo son. Como escribió Albert Camus sobre la política, «se trata de servir a la dignidad del hombre con medios que sigan siendo dignos en medio de una historia que no lo es».

Gandia, 6 de julio de 2021.

Este artículo se publicó origialmente en Levante-EMV edición de la Safor el 9 de julio de 2021. La fotografía es de un discurso de Lenin en 1918.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *