El pasado octubre la canción Ateo llegó a estar en el primer puesto del ranking español de singles. El estribillo de la canción «Yo era ateo, pero ahora creo», se relaciona explícitamente con la dialéctica entre creencia e increencia. En una sociedad como la nuestra, que tiende a alejarse del sentido de la trascendencia, no es muy habitual abordar estos temas como hace la canción del dúo formado por C. Tangana y Nathy Peluso.
No entraré en polémicas sobre el video filmado en la Catedral de Toledo que acompaña a la canción -una bachata bailable y pegadiza-, porque prefiero intentar comprender a juzgar. Entiendo, al igual que el Deán de la Catedral, que la letra narra una conversión motivada por el amor: «Yo era ateo, pero ahora creo. Porque un milagro como tú ha tenido que bajar del cielo». Por otro lado, también resulta comprensible que el lenguaje visual del video y alguna imagen un tanto procaz, no sean lo más apropiado para un recinto sagrado. Rehuyendo intencionadamente la polémica y siguiendo el consejo paulino de examinarlo todo y quedarse con lo bueno, y más allá de la valoración musical de esta bachata con aires dominicanos, la canción me sugirió algunas ideas.
La letra del estribillo refleja una situación muy frecuente de conversión de ida y vuelta. De ida cuando uno encuentra al hombre o la mujer de su vida: un milagro que parece bajado del cielo, o cuando todo nos va muy bien en la vida y damos gracias por los bienes recibidos. De vuelta, cuando ante una desgracia, el dolor, la desesperación o la pérdida de algún ser querido, se produce un alejamiento de Dios y flaquean la fe y la esperanza.
Es probable que todos hayamos vivido en algunos momentos de la vida algo similar al «Yo era ateo, pero ahora creo» y también su inversa, que podría expresarse como: yo era creyente pero ya no creo y soy ateo o indiferente a la religión. Es normal, porque la duda y la incertidumbre son algo habitual y continuo en el hombre. Como escribió Chesterton, incluso el mismo Cristo en la cruz llegó a sentirse abandonado y por un instante pareció ateo.
En la duda, creyentes y no creyentes comparten un mismo espacio, el lugar de las preguntas y de la búsqueda de la verdad. Es la duda la que impide que tanto creyentes como no creyentes nos encerremos herméticamente en nuestro yo, permitiendo tender un puente que nos comunica, como explicaba Joseph Ratzinger. En ese espacio común difícilmente encontrará lugar la burla, la chirigota o el odio, con el que en la actualidad se fustiga en ocasiones a los cristianos. Emmanuel Carrère, reciente Premio Princesa de Asturias de la Letras, un autor agnóstico que dejó de ser creyente, narra su camino de llegada y de salida de la fe cristiana y constata que, al parecer, «los cristianos son los únicos de los que te puedes burlar impunemente, poniendo de tu parte a los que se ríen». La burla y el chiste fácil delatan a fin de cuentas cierta indigencia intelectual y hacen que sea difícil -aunque no imposible- compartir un espacio de diálogo con quien sólo intenta ridiculizar.
De cualquier forma, como dijo Francisco, «la Iglesia es ‘en salida’ o no es Iglesia», y debe ser siempre la «casa abierta del Padre» y no la frialdad de unas puertas cerradas. A este respecto el final del polémico video de Tangana y Peluso ofrece una imagen inspiradora. Delante del pórtico de la catedral, un sacristán toma desde el teléfono móvil una instantánea de dos sacerdotes, unos monaguillos y los intérpretes de la canción. Es quizá una imagen de esa teología cristiana de la acogida, de lo que el papa describe como la Iglesia ‘en salida’, en diálogo con la sociedad, con las culturas y las religiones, para avanzar en la construcción de una convivencia pacífica de las personas y de los pueblos.
Desconozco la finalidad y las intenciones de Tangana y Peluso con su canción Ateo. Supongo -debo suponer- la buena fe de sus autores e intérpretes. De lo que estoy convencido es de que también a través de una bachata se puede encontrar a Dios en el camino. ¿Por qué no? Hay un pasaje evangélico que habla de que el viento sopla donde quiere; tu oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene, ni adónde va. Siempre se ha interpretado que, en estas palabras, el viento es una imagen del Espíritu Santo, que actúa donde, cuando y como quiere. No alcanzo a intuir ningún tipo de razonamiento teológico por el que el Espíritu no pueda actuar a través de una bachata.
Gandia, 23 de enero de 2022.
Este artículo fue publicado originalmente en el diario Levante-EMV, edición de La Safor, el 28 de enero de 2022.