Imágenes rotas

Escribir sobre T. S. Eliot en el centenario de la publicación de La Tierra Baldía, no es un mero ejercicio de erudición. Es escribir sobre el mundo de hoy, sobre los años convulsos que han desembocado abruptamente en este 2022 que la vida nos ha asignado. Hablar del poema de Eliot es hablar de la invasión de Ucrania, de las fosas comunes de Mariúpol, de los refugiados, de la pandemia, de las tensiones globales que nos aguardan a la vuelta de la esquina… Y también de las enfermedades morales y medioambientales que invaden el paisaje yermo que plasmó el poeta de Saint Louis.

Tantas veces he citado a Eliot, que no puedo dejar de aportar alguna idea sobre La Tierra Baldía. Mi afición y devoción hacia el poeta angloamericano, comenzó en 1980 al leer una edición de sus Poesías reunidas. Allí descubrí el poema publicado poco después de la I Guerra Mundial. Se ha dicho que los 433 versos del poema son reflejo del desaliento y dolor de una generación que vivió la guerra y sufrió la pandemia de gripe de 1918. Además, el poema se compuso en una época en la que Eliot atravesaba dificultades personales y fue, como él mismo dijo, «el desahogo de un agravio, personal y totalmente insignificante, contra la vida».

El título de la obra –The Waste Land en inglés- proviene de los antiguos mitos y leyendas del Rey Arturo, específicamente de la historia del Rey Pescador, el último de la estirpe de los protectores del Santo Grial. El rey quedó lisiado por una herida mágica y pasaba sus días pescando en un lago cercano a su castillo. Su dolencia condujo al declive del reino, degradado hasta devenir en un páramo desolado y estéril… Eliot compuso un collage que describe, mediante una amalgama de paisajes, personajes y símbolos, la desolación que afecta a los pobladores y a la naturaleza del reino en decadencia.

Es un poema clasicista y al tiempo vanguardista, poesía experimental anclada en la cultura clásica, que resulta indescifrable. Como el autor confesó, ni siquiera se preocupó de entender lo que escribía. La crítica de su tiempo interpretó el oscuro poema, que según J. M. Valverde está formado por piezas de rompecabezas con huecos irrellenables, como símbolo de una época de desintegración, que intentaba poner algún orden en el creciente caos de la época, aplicando mitologías y formas del pasado. En nuestros días La Tierra Baldia se considera una de las cumbres de la poesía del siglo XX y el libro más influyente de la poesía moderna. Prueba de ello son las continuas ediciones y traducciones que siguen apareciendo. Es una obra imprescindible… aunque no se tenga afición por la poesía.

Imágenes rotas y un trencadís de personajes y referencias, discurren sin hilo argumental y tejen un patchwork que hay que tomarlo de una vez, como una sola imagen que comunica impresiones y sugerencias al lector. Las referencias culturales son innumerables: Dante, Milton, Ezequiel, Hermann Hesse, el texto hindú Brihadaraṇyaka Upanishad o las Confesiones de san Agustín, e incluso una cita al explorador Ernest Shackleton, cuyo barco, el Endurance, ha sido recientemente hallado en las profundidades del mar de Weddell en la Antártida.

Se ha escrito que es un «poema memorial de la decadencia, la muerte y la sequedad», una metáfora del declive del mundo moderno en el periodo de entreguerras, que condujo a la II Guerra Mundial, a Auschwitz, a Hiroshima y Nagasaki… ciudades que son, según Claudio Magris, la «memoria de lo moderno en ruinas y alegoría de la caducidad».

«Ciudad irreal, / bajo la niebla parda de un amanecer de invierno, / una multitud fluía por el Puente de Londres, tantos, / no creí que la muerte hubiera deshecho a tantos».

Hoy, en 2022, entre la incertidumbre y el miedo, a semejanza de la época de entreguerras, con la pandemia inconclusa, las bombas sobre civiles en Kiev, Leópolis y Odesa, el riesgo de una guerra mundial y la crisis medioambiental, La Tierra Baldía se convierte inesperadamente en un texto actual.

El autor vertió en La Tierra Baldía sus desazones personales y las extrapoló al problema social de Occidente. A pesar del pesimismo de la descripción del páramo en el que el hombre moderno convierte nuestro oikos, nuestra casa común, Eliot abre inopinadamente la puerta a la esperanza, a la lluvia sobre el reseco erial tras el destello de un relámpago. Los versos finales, en sánscrito, permiten otear un nuevo horizonte: «Datta. Dayadhvam. Damyata»: da, se compasivo, controla, y el mantra tres veces repetido: «Shantih», la paz que supera toda comprensión.

Gandia, 22 de marzo de 2022.

Este artículo fue publicado el 25 de marzo de 2022 en el diario Levante-EMV, en la edición de la Safor. En la imagen se reproducen los cuatro primeros versos del poema que en la traducción de José María Valverde son los siguientes: «Abril es el mes más cruel, criando / Lilas de la tierra muerta, mezclando / Memoria y deseo, removiendo / Turbias raíces con lluvia de primavera».

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