En los debates sobre el cambio climático se le atribuye al dióxido de carbono (CO2) el papel de «villano». Incluso hay cierta creencia sobre su carácter contaminante o tóxico. Nada más lejos de la realidad. El CO2 es un gas que forma parte de la naturaleza y es indispensable para la vida. Si el CO2 desapareciera de la atmósfera, las plantas morirían al no poder realizar la fotosíntesis y los animales no subsistirían. Ni es ni tóxico ni nocivo, los exhalamos durante la respiración y cada persona emite cada día aproximadamente un kilo de CO2. Las plantas y algas lo absorben durante la fotosíntesis para producir azúcares y no es un contaminante, ya que está donde debe estar: en la atmósfera y en los océanos. Aunque la concentración de CO2 es muy baja -sobre el 0,04%-, su incremento en la atmósfera se considera la causa del calentamiento global del planeta.
La teoría del cambio climático antropogénico sostiene que la alteración de los climas se debe al calentamiento global, provocado por el incremento de los niveles de CO2 y de otros gases de efecto invernadero. Este incremento se supone que lo ha provocado el hombre (de ahí el adjetivo antropogénico) al quemar carbón, petróleo y gas para obtener energía. Esta teoría parte de datos empíricos innegables: el nivel de CO2 en el aire aumentó desde 0,032% en 1961 a 0,042% en 2021, con un patrón de crecimiento continuo y la temperatura global experimentó un incremento paulatino, aunque con altibajos y de forma no homogénea, de 1,2 grados desde principios del siglo XX. Según muchos científicos se trata de una teoría «sobre cuya consistencia la Ciencia ya no alberga ninguna duda razonable». Aunque como señaló Karl Popper, las teorías científicas «deben ser susceptibles de entrar en conflicto con observaciones posibles o concebibles». Si una teoría se considerara irrefutable, podría ser importante y cierta, pero no sería científica.
La teoría del cambio climático propone tres enunciados: 1º «Existe el cambio climático», lo que no es novedad, ya que el clima está en constante evolución. Durante la denominada Pequeña Edad de Hielo, entre 1300 y 1850, el río Ebro se heló en siete ocasiones y hubo períodos de lluvias intensas, nevadas y sequías severas. 2º «El cambio climático es debido al calentamiento global que se produce por el efecto invernadero originado al incrementarse el nivel atmosférico de CO2». Es muy probable que sea así, aunque en periodos cálidos de la historia, como el Óptimo Climático Medieval, no hubo incrementos importantes de CO2. 3º «El CO2 emitido por la combustión de combustibles fósiles es responsable del incremento del CO2 en la atmósfera», lo que también es muy posible, aunque no irrefutable. Si el enunciado es correcto, reduciendo la emisión antropogénica de CO2 disminuiría el efecto invernadero y, en ausencia de otros factores, se atenuaría el calentamiento global.
Es un fenómeno muy complejo en el que influyen innumerables variables difíciles de evaluar, por lo que no existen predicciones suficientemente explícitas y homogéneas sobre la evolución futura del clima. Sin embargo, algunos científicos poco rigurosos, así como políticos y activistas climáticos, quizá en busca de su minuto de gloria, se han atrevido durante años a lanzar arriesgadas predicciones catastrofistas que en muchos casos resultaron fallidas. Lógicamente ello no refuta la teoría, sino los modelos utilizados en dichas predicciones o los datos de partida.
Un artículo de Michael E. Mann en 1999 alcanzó gran difusión ya que incluía la célebre figura del «palo de hockey». El artículo de Mann fue el detonante de interminables debates sobre la teoría del cambio climático, aunque la opinión de gran número de acreditados investigadores no «negacionistas» es que Mann le hizo un gran daño a la ciencia al usar datos erróneos para crear un gráfico que «probara» su argumento sobre el aumento de las temperaturas. No se critica la teoría, sino el uso de datos deficientes y la eliminación de datos al ignorar los principales cambios climáticos históricos.
El debate estuvo intoxicado desde el primer momento y no es extraño que ecologistas radicales, políticos indocumentados de tendencias diversas y pseudocientíficos, hayan cocinado una pócima de argumentos y augurios digna de las brujas de Macbeth, que pervierten un debate que debería ser racional y serio. Según J. M. Mulet la protección del medioambiente no debe convertirse en patrimonio de un sector ideológico, ya que el planeta necesita soluciones concretas a problemas concretos y no «declaraciones grandilocuentes, pancartas o manifestaciones».
La reducción de emisiones de los combustibles fósiles es un objetivo necesario. Aun en el caso en que la teoría fuera refutada parcial o totalmente, el principio de precaución obliga a limitar el consumo de combustibles fósiles, que además son finitos y algún día se agotarán. La dependencia económica de los países productores y los peligrosos desequilibrios que originan guerras como la de Ucrania, son un argumento más.
En cualquier caso, el CO2 es inocente e indispensable para la vida. Sin embargo, la acción del hombre no es neutral y, en ocasiones, puede alterar los equilibrios de la naturaleza. Es la ciencia, y no los fundamentalismos, quién debe mostrar el camino para evitar o reparar esos desequilibrios.
Gandia, 31 de mayo de 2022.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Levante-EMV en su edición de La Safor el 3 de junio de 2022.