Decía Mario Vargas Llosa que la política real está «hecha casi exclusivamente de maniobras, intrigas, conspiraciones, pactos, paranoias, traiciones, mucho cálculo, no poco cinismo y toda clase de malabares». No es extraño que los protagonistas de la política real suelan tener pobres valoraciones de sus representados que, aunque les hayan votado, perciben ese reverso lóbrego de la política de ideales y nobles aspiraciones. Immanuel Kant sostenía que con un leño torcido como aquel del que ha sido hecho el ser humano -el fuste torcido de la Humanidad- nada puede forjarse que sea del todo recto, aunque no por ello deberíamos dejar de intentarlo, ambicionando el máximo acercamiento entre la política real y la ideal, aun sabiendo que es improbable que lleguemos a alcanzarlo…
Escribía hace poco sobre la dificultad de conjugar unidad y pluralismo en la política. En el «reino» de la extrema izquierda -todo lo que se sitúa a la izquierda del PSOE- la dialéctica unidad-pluralismo es un conflicto sistémico, que asemeja a los partidos de ese espacio político con algunos microorganismos. Las células bacterianas se reproducen asexualmente por fisión binaria dividiéndose en dos. En condiciones óptimas el proceso es rápido y produce crecimientos exponenciales, pero en condiciones adversas se protegen de los peligros externos agrupándose para formar biofilms.
La dinámica de los partidos de esos reinos de la izquierda es similar: se dividen y se vuelven a dividir hasta que toman conciencia de su irrelevancia electoral y se reagrupan en coaliciones, confluencias u otras fórmulas imaginativas. Para camuflar su naturaleza adoptan nombres que responden a la teoría populista del significante vacío, pretendiendo que todos puedan identificarse con palabras como «unidad», «adelante», «iniciativa» o el adverbio «más». Así ocurre con Unidas Podemos, Adelante Andalucía, Iniciativa del Poble Valencià o Más País. La genealogía de esas coaliciones es más complicada que la lista de los reyes godos, desde Ataúlfo hasta la destrucción del reino de la Hispania visigoda en tiempos de Roderico. Los procesos de división y reagrupamiento conducen a escisiones, nuevos partidos y coaliciones que, al igual que las bacterias, tienen una vida media corta y generan mutaciones.
Yolanda Díaz, vicepresidenta del gobierno, está fraguando un nuevo proyecto político de cara a las próximas elecciones. Díaz pretende -bajo el nombre de Sumar- reunir de nuevo a la legión de partidos y grupúsculos a la izquierda del PSOE y su primer paso fue abandonar Izquierda Unida. Escindir para luego unificar es la dinámica usual en la que repetidamente se alternan fuerzas centrífugas y centrípetas. Un refrán valenciano describe esos senderos políticos que, en sucesión interminable se bifurcan y se vuelven a unir: fer i desfer, la faena del matalafer (hacer y deshacer, el trabajo del colchonero). Cuando la NASA aún no había desarrollado los materiales viscoelásticos, los matalefers descosían los colchones, extraían la lana, la cardaban y la volvían a introducir de nuevo en su funda.
Los efectos de la dinámica de hacer y deshacer, de escindir y reunir se han visto en las recientes elecciones andaluzas. De los 17 escaños que obtuvo Adelante Andalucía en 2018 se perdieron más de la mitad al escindirse en dos. Los electores no valoran la dispersión e inestabilidad de estas formaciones que, además de la ambigüedad de sus marcas electorales y de sus planteamientos radicales y confusos, demuestran una notable incapacidad para consolidarse y llegar a compromisos estables. Todo ello genera desconfianza en el electorado, ya que, si no saben gobernarse a sí mismos ¿cómo van a gobernar un país?
Las maniobras, intrigas, conspiraciones, pactos y traiciones de las que hablaba Vargas Llosa, están presentes en todo el espectro político, pero en los reinos más allá de la socialdemocracia se exacerban considerablemente. El particularismo, la pretendida superioridad moral y la tendencia a la soberbia intelectual, adquieren carta de naturaleza en los reinos de taifas de la izquierda. Ejemplo reciente es la desaforada reacción de Mónica Oltra -convencida de que está por encima del bien y del mal- calificando la investigación por un presunto encubrimiento de un caso de abusos a una menor como «una de las mayores infamias». Tras ser imputada decía que no dimitía porque tenía que defender la democracia frente al fascismo…
La influencia que alcanzan como bisagras formando parte de gobiernos está sobredimensionada y es preocupante. En la Safor, por ejemplo, la actuación de Compromís Més Gandia Unida ha sido lamentable, boicoteando un proyecto crucial como la ampliación de la CV-60, en contra de la opinión del empresariado, los sindicatos y las fuerzas políticas mayoritarias. Aplican esa pretendida superioridad moral que, parafraseando a George Orwell, consigue que todos los votos valgan lo mismo, pero que algunos valgan más que otros.
No creo que sea una tragedia que los reinos de la izquierda extrema sigan tejiendo y destejiendo el tapiz de Penélope hasta que se enfríen las estrellas. En mi opinión lo mejor sería que no llegasen nunca a Ítaca.
Gandia, 4 de julio de 2022.
Este artículo se publicó originalmente en la edición de La Safor de LEVANTE-EMV el 8 de julio de 2022.