Pesimismo ‘ma non troppo’

Cada vez entiendo menos el mundo en el que vivo. Aunque, a fin de cuentas, me temo que siempre ha sido así y no tiene sentido lamentarse. Ahí está con sus virtudes, defectos, posibilidades y riesgos. Ya Antonio Machado, con cierto tono pesimista, advirtió de que «Todo llega y todo pasa. Nada eterno: ni gobierno que perdure, ni mal que cien años dure. Tras estos tiempos, vendrán otros tiempos y otros y otros, y lo mismo que nosotros, otros se jorobarán».

Miro hacia el mar cada día desde la ventana. Hoy sólo veo una pequeña franja gris en la lejanía porque está nublado. A veces ni siquiera distingo el gris del mar del gris del cielo. Quizá -como en un texto de Jon Fosse en algún momento descubriré un punto en el mar en el que quizá aparezca una luz. No sé si luz de esperanza, faro del fin del mundo o luz de Dios, o todas ellas al mismo tiempo. Sigo esperando, sin perder el sentido del humor.

Decía que no entiendo el mundo en el que vivo, porque se asemeja a los temores del presidente Woodrow Wilson en 1913, cuando escribió que «Si el monopolio persiste, siempre querrá sentarse en el timón del gobierno. No espero ver que el monopolio se limite a sí mismo. Si hay hombres en este país lo suficientemente grandes para poseer el gobierno de Estados Unidos, lo van a poseer». Y también otro presidente, Dwight Eisenhower, advirtió en 1961 sobre el peligro de que «la política pública pudiera ser capturada por una élite científico-tecnológica». Pienso en Trump, en Elon Musk, en la élite de millonarios rusos que controlan a Putin, o que –tanta monta monta tanto son sus comparsas, o en las dictaduras, teocracias o regímenes iliberales que proliferan por doquier, y en su secuela de sufrimiento, destrucción y muerte.

En el ámbito más cercano de la política nacional, pienso en el Patio de Monipodio o en la casa de trueques a las que parece haberse abonado el Gobierno de España y recuerdo como, hace unos días, Felipe González señalaba irónicamente que, en la situación actual, «el más progresista de todos es Puigdemont, que es el que más progresa».

Isaiah Berlin, quizá el filósofo político liberal más relevante del siglo XX, aventuró la obsolescencia de la democracia liberal, advirtiendo sobre la posibilidad de que «el ideal de la libertad de elegir fines, sin pedir que tengan validez eterna, y el pluralismo de valores a él ligado, sean, tan solo, el fruto tardío de nuestra decadente civilización capitalista: un ideal que no reconocieron ni las edades remotas ni las sociedades primitivas y que la posteridad contemplará con curiosidad, quizá con simpatía, pero con poca comprensión».

Hace tiempo leí el libro Porqué fracasan los países, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, que el pasado año recibieron el premio Nobel de Economía por sus investigaciones sobre las diferencias en la prosperidad de las naciones y las causas de las desigualdades, tanto internas como entre países. Según estos economistas la prosperidad de las naciones se produce cuando existe simultáneamente la confluencia entre instituciones políticas y económicas inclusivas. Sin embargo, las tendencias actuales no van en ese sentido. Demasiados líderes mundiales parecen conjurados en una carrera acelerada por monopolizar y controlar todo lo que encuentran a su paso: instituciones políticas, económicas, judiciales, sociedad civil, etc. Todo para asegurarse lo que más ansían: el poder, la posesión del temible anillo único de la mitología creada por J. R. R. Tolkien: «Un Anillo para gobernarlos a todos… un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas».

Alguien dirá, quizá con razón, que esta efímera columna ofrece una visión pesimista, pero todo depende del ángulo de visión. Pesimista ma non troppo, es decir, sin pasarse. También podríamos estar peor. A nuestro presidente se le podría ocurrir, por ejemplo, invadir Portugal o prohibir el chocolate con churros.

Sigo mirando cada día por la ventana la estrecha franja de mar, porque como alguien dijo -creo que fue Ishiguro– la esperanza es esa maldita cosa que nunca te deja en paz. Además, muchos días el mar está teñido del brillante azul de Sorolla y del Mediterráneo.

 Gandia, 2 de febrero de 2025.

Publicado originalmente en la edición de La Safor del diario Levante-EMV, el 5 de febrero de 2025. Fotografía de Isaiah Berlin.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *