Metafísica del fútbol

«¿Qué es el Racing para usted?», le pregunta Sandoval al escribano Andreta, un fanático del Racing de Avellaneda. «Bueno… una pasión» responde Andreta y, aunque hace años que el Racing no es campeón, el escribano profundiza en la idea de que «una pasión es una pasión». Tras la explicación circular, Sandoval expone su visión sobre la inmutabilidad de la pasión por el fútbol: «¿Te das cuenta, Benjamín? El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios… pero hay una cosa que no puede cambiar: no puede cambiar de pasión». Se trata de una escena de la película El secreto de sus ojos que, aunque no tenía al fútbol como argumento, introducía en este diálogo su sugestiva metafísica.

La ‘fisica’ de un club es un conjunto de elementos perceptibles: jugadores, estadio, aficionados, directivos, etc., pero más allá de este conjunto tangible, hay una metafísica sustantiva para sus seguidores, que incluye sentimientos identitarios, emociones, tradiciones, rituales… en una palabra: la pasión. Es el páthos griego, un estado de ánimo, la emoción y el sufrimiento, un «sentimiento vehemente, capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón», según la Real Academia. Un páthos que, más allá del deporte y del espectáculo, transmuta al fútbol en tragedia: leyenda de héroes homéricos que reclaman una narrativa poética y mítica.

La final de la Copa del Rey se disputó el pasado sábado entre dos clubs históricos: Betis y Valencia, y surgieron relatos que ahondaban en los aspectos metafísicos. En este diario destacaban el de Rafa Lahuerta, autor de La Balada del Bar Torino y de Noruega, para quien «el Valencia resiste en el triángulo de lo divino porque viene de una verdad masticada por muchos durante más de 100 años», y el de Vicent Chilet apelando a la épica: «aunque todo haya cambiado, seguimos hechos de memoria, grandeza y pólvora». Después del partido, Levante-EMV titulaba «Orgullo en la derrota», sobre la imagen de José Luis Gayà con los ojos bañados en lágrimas.

La metafísica del Betis se arraiga también en la tradición y en la historia, en la pasión entendida como sufrimiento. El lema «Viva el Betis manque pierda», con su hermoso arcaísmo, es una seña de identidad evocadora del compromiso de la afición en tiempos de adversidad. Una vez finalizado el partido, que dejó del revés la consuetudinaria fatalidad bética, el diario As titulaba «El Betis toca el cielo», con la imagen de Joaquín, arrodillado en el césped, señalando al firmamento.

Como describió Zygmunt Bauman, el mundo líquido de la postmodernidad se caracteriza por el individualismo, por la alergia a los compromisos interpersonales y sociales que se interpretan como pérdidas de autonomía. La ausencia del sentido de pertenencia y de cualquier tipo de filiación, característica de nuestro tiempo, encuentra una salida en la pasión por los colores del club. Esa es su principal virtud, anclarse en la tradición y levantar la vista más allá de lo material y tangible. Evidentemente esa pasión implica un compromiso que puede ser débil, que no entraña grandes obligaciones ni pone en riesgo la propia autonomía, pero que no deja de ser un compromiso en unos tiempos en los que esa palabra resulta sospechosa.

Me considero valencianista, aunque cuando se pierde, ni siento ni padezco más de lo imprescindible. Recuerdo a jugadores legendarios como Kempes, Mendieta o el piojo López -que precisamente debutó en el Racing de Avellaneda-, pero no sería una pérdida irreparable si se diluyeran en la memoria. El fútbol es un juego bonito y vibrante, con una espectacular puesta en escena, con la emoción desbordante en las gradas, con sus cánticos y tifos. Pero su metafísica tiende a ser efímera, de cartón piedra, pólvora que se disipa una vez quemada, aunque su humo tiene la virtud de camuflar, aunque sea por un instante, las incertidumbres y contrariedades del vivir diario.

El compromiso, la pasión por un club de fútbol, es inalterable, como se decía en la película de Juan José Campanella, quizá porque es fácil de mantener. Exige una fidelidad que no reclama sacrificios: pídeles a los seguidores valencianistas una aportación para comprarle el club a Peter Lim y comprobarás los límites de su compromiso. La fidelidad a unos colores sale casi gratis, sin contrapartidas… es menos exigente que la fidelidad a tu casa, tu familia, tu novia, tu religión y tu Dios, de las que hablaba Sandoval.

Me entristeció la digna derrota del Valencia en Sevilla, al estilo de tragedia griega. Sin embargo, también pensé en mis sobrinas sevillanas, seguidoras del Real Betis Balompié y les envié un mensaje de felicitación. A nosotros nos toca ahora entonar el ‘manque pierda’. La vida sigue y, al fin y al cabo, esas batallas incruentas nos hacen olvidar los dramas reales de las noticias de cada día. Sea como fuere: Amunt València!, con su «memoria, grandeza y pólvora».

Gandia, 26 de abril de 2022.

Este artículo se publicó originalmente en el diario Levante-EMV, en su edición de La Safor, el 29 de abril de 2022. La escena de El secreto de sus ojos, interpretada por Guillermo Fracella y Ricardo Darín puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=z46YL6i5vX4

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