Ubi caritas

Raf Vallone y Al Pacino dieron vida a dos personajes de ficción: el cardenal Lamberto y Michael Corleone en El Padrino III. En una escena de la película, el cardenal toma una piedra de la fuente y la rompe contra el pretil: «Observe esta piedra. Ha estado en el agua durante mucho tiempo, sin embargo, el agua no la ha penetrado. Lo mismo les ha sucedido a los hombres en Europa. Durante siglos, han estado rodeados por el cristianismo, pero Cristo no les ha penetrado. Cristo no vive en ellos».

La reflexión de Lamberto estaba justificada, porque la historia de las sociedades nominalmente cristianas ha sido una sucesión ininterrumpida de conflictos, disputas, rencores, guerras e injusticias, muy alejada de la caridad cristiana. Lejos de la caridad que San Pablo describió como paciente y amable, sin envidia ni soberbia, que no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad, todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta.

Pero esta cuestión se puede observar desde otro prisma, aparentemente contradictorio. Tras siglos de cristianismo, algo de él debe haber penetrado en el mundo actual y haber humedecido, aunque sea levemente, el interior de la piedra de Lamberto. El historiador Tom Holland defiende en una obra reciente que el interior de la piedra está empapado de cristianismo: «Vivir en un país occidental es vivir en una sociedad completamente saturada de suposiciones y conceptos cristianos […] Dos mil años después del nacimiento de Cristo, no hace falta creer que resucitó de entre los muertos para asombrarse ante la formidable influencia del cristianismo. […] Por mucho que los bancos de las iglesias estén cada vez más vacíos, Occidente permanece amarrado con firmeza a su pasado cristiano[i]».

Holland creyó durante años en la interpretación de la historia instaurada durante la Ilustración. La expansión del cristianismo según Gibbon, habría dado paso a una era de superstición y credulidad[ii]: el Medioevo, la época oscura cristiana. Sin embargo, estudiando la antigüedad clásica de Grecia y Roma, Holland advirtió que los valores en que se basaban las civilizaciones antiguas le eran completamente ajenos: «no sólo las brutalidades más extremas me inquietaban, sino la completa falta de cualquier noción de que los pobres o los débiles tuvieran el menor valor intrínseco. […] Ni mi moral ni mi ética eran en absoluto las de un romano o un espartano. Que mi fe en Dios se hubiera disipado a lo largo de mi adolescencia no quería decir que hubiera dejado de ser un cristiano[iii]». Otras culturas como el hinduismo, también excluían a los débiles, encuadrados en la casta de los dalits o intocables y, en la América precolombina, el desprecio por la dignidad humana llegó hasta la práctica de sacrificios humanos.

El pueblo de Israel era una excepción en la humillación del débil. El Antiguo Testamento decía que «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev 19:18), anticipando la caridad cristiana. De forma excepcional, en el paganismo también se hallan indicios de caridad. El emperador Marco Aurelio (siglo II d. C.), exponente de la filosofía estoica, habló de piedad e indulgencia: «Lo propio del hombre es amar incluso a los que nos dañan», lo que no le impidió perseguir a los cristianos que, aunque no le dañaban, debían de resultarle muy molestos.

Benedicto XVI hizo referencia a otro emperador, Juliano el Apóstata (siglo IV d. C.), que de niño fue testigo del asesinato de su padre y su hermano por guardias imperiales. Culpó de ello al emperador Constancio, con fama de buen cristiano y renegó de su fe. Una vez proclamado emperador decidió restaurar el antiguo paganismo y lo dotó «de un sistema paralelo al de la caridad de la Iglesia. Los Galileos -así los llamaba- habían logrado con ello su popularidad. Se les debía emular y superar. De este modo, el emperador confirmaba que la caridad era una característica determinante de la comunidad cristiana[iv]». Él mismo confesó que lo único que le impresionaba del cristianismo era la actividad caritativa de la Iglesia[v].

Juliano creó el término «filantropía» -del griego filos y ánthropos, amor al hombre- evitando utilizar el nombre de la nueva y revolucionaria virtud cristiana de la caridad, ya desgajada del evangelio de Cristo. Algo parecido ocurrió siglos después con la fraternidad. Aunque fue un teólogo y obispo católico, François Fénelon, quien en 1699 reunió por primera vez los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad, se suelen considerar como herencia de la Ilustración y de la Revolución Francesa. En 1790 Maximilien Robespierre, propuso inscribir esta divisa en uniformes y banderas, al tiempo que pretendía sustituir el cristianismo por el culto a la razón. El altar mayor de la catedral parisina de Notre Dame se «consagró» a la Diosa de la Razón, adoptando la iconografía grecorromana.

La filantropía de Juliano y la fraternidad de Robespierre, no se identifican con la virtud teologal de la caridad, aunque hagan suyos algunos aspectos. Son versiones no cristianas o anticristianas de la caridad, muy comunes en la sociedad actual, en las que la caridad aparece disociada de la fe en Cristo resucitado. No se les puede negar un valor intrínseco, porque Cristo dijo que «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis (Mt 25:40)» pero, como explicó Benedicto XVI, «la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino[vi]». A la caridad desprendida de la fe le puede ocurrir lo que Chesterton observó sobre «las antiguas virtudes cristianas, que se han desquiciado porque se han separado de las demás y ahora vagan solas[vii]».

Más allá de diferencias semánticas entre caridad, filantropía y fraternidad, el ápice diferencial se encuentra en la fe. La caridad del cristianismo tiene sus raíces en las verdades de la fe. Por el mensaje de Cristo -escribió Guardini– «somos hermanos entre nosotros, porque nos ha hecho hermanos y hermanas suyos, hijos e hijas de su Padre […] Él es la motivación última de todas las exigencias que surgen de un hombre hacia otro. Por Él, el imperativo de ayuda se hace categórico». El mandamiento del amor: amaos unos a otros como yo os he amado, «queda de través respecto a todo lo que pudiera surgir de las conexiones naturales de las relaciones humanas […] que no puede ser deducido de ninguna presuposición natural, ni puede ser trasladado a obviedades culturales. Viene de la interioridad sapiente de Jesús; requiere fe, exige obediencia y debe ser realizado superando lo meramente natural[viii]».

Aunque el interior de la piedra de Lamberto pueda estar humedecido por la influencia del cristianismo en la sociedad, esa humedad no ha llegado hasta el corazón. Porque la caridad no es sólo asistencia social ni ayuda material, sino que llega mucho más lejos. «Debemos saber mirar las heridas humanas con el corazón para ‘tomar en serio’ la vida del otro. Así este ya no es sólo un extraño necesitado de ayuda, sino que antes que nada es un hermano que pide amor[ix]», decía el papa Francisco.

La caridad cristiana que deriva de la fe, no es algo irracional o solamente afectivo, sino que promueve un conocimiento de un tipo absolutamente particular. Se trata de «conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento» (Ef 3:19). No significa renunciar a la ciencia, sino intentar acceder a un conocimiento que supera nuestro común conocimiento[x], explicaba Jean-Luc Marion. Sin olvidar que el que sufre tiene también una tarea importante dentro del conjunto de la existencia: defender a los que no sufren: a los sanos, fuertes y bien acomodados, de los peligros del egoísmo, de la despreocupación, de la dureza, y aun de la crueldad[xi].

Ubi caritas et amor Deus ibe est. Donde hay caridad y amor, allí está Dios.

Gandia, 25 de noviembre de 2021.

Este artículo se publicó originalmente en la revista L7D, de la Real e ilustre Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores de Gandia, en abril de 2022. La fotografía es un fotograma de la película El Padrino III, de Francis Ford Coppola.


[i] Holland, T. (2020). Dominio. Una nueva historia del cristianismo. Ed. Ático de los Libros, Barcelona.

[ii] Gibbon, E. (1777). Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano.

[iii] Holland, T. (2020). Ibidem.

[iv] Benedicto XVI (2005). Encíclica Deus Caritas Est.

[v] Holland, T. (2020). Ibidem.

[vi] Benedicto XVI (2011). Carta Apostólica Porta Fidei.

[vii] Chesterton, G.K. (1908). Ortodoxia. Edición en español: Acantilado (2013).

[viii] Guardini, R. (1989). El servicio al prójimo en peligro. Lumen, Argentina.

[ix] Francisco (2020). Discurso a los socios del Círculo de San Pedro.

[x] Buscarini, C.A. (2010). Hacia la racionalidad del mundo por la caridad. Universidad Católica Argentina.

[xi] Guardini, R. (1989). Ibidem.

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