El problema no está tanto en saber quién tienen razón, sino en el origen de la sinrazón, de tanto dolor, destrucción y muerte. Quizá todos tengan algo de razón –mucha o poca– pero siempre será insuficiente para justificar el odio y el sufrimiento.
Yigal Amir quizá se sintió satisfecho por el triunfo de Benjamin Netanyahu en las elecciones parlamentarias de 2022 en Israel. Tiene 53 años y sigue en una prisión israelí, condenado a cadena perpetua por el asesinato en noviembre de 1995 del primer ministro, Isaac Rabin. El magnicidio ocurrió en Tel Aviv en una concentración de apoyo a los acuerdos de paz de Oslo. Amir nunca se arrepintió de su crimen.
Netanyahu también se opuso a los acuerdos de Oslo y en su día acusó a Rabin de estar alejado de la tradición y de los valores judíos. La fórmula de Rabin de «paz a cambio de territorios» plasmada en esos acuerdos tuvo –y sigue teniendo– una fuerte contestación por los sectores más nacionalistas y radicales de Israel y de Palestina. Los grupos terroristas Hamás, Yihad Islámica y Hezbolá están en contra de cualquier negociación: su objetivo es expulsar a los israelíes de Palestina.
Es un sarcasmo que los dos pueblos, palestinos e israelíes, usen el mismo saludo: la paz sea contigo (As salam aleikun los palestinos y Shalom aleijem los israelíes) y recen y veneren al mismo Dios, el Dios de Abraham, mientras sus líderes se empeñan en un conflicto interminable y cruel. Netanyahu querría dejar sin efecto los acuerdos de Oslo y Hamas tampoco acepta la división en dos estados.
Con excesiva frecuencia el conflicto de Oriente Medio se aborda simplificándolo hasta quedar reducirlo a un esquema primario y sin matices: los buenos y los malos. Cualquier juicio general suele resultar maniqueo y contraproducente ante un problema muy complejo, con tantas causas, factores, circunstancias y sentimientos… Cuando en 1994 les concedieron a Isaac Rabin, Shimon Peres y Yasir Arafat el premio Nobel de la Paz, la imagen de los antiguos enemigos estrechándose sonrientes las manos generó muchas esperanzas. Lamentablemente esa esperanza se trunca cada día más, con el resultado de más odio y más dolor. Los brutales atentados terroristas contra la población civil perpetrados por Hamás, entrando a sangre y fuego en Israel y la respuesta intempestiva de Netanyahu, sin valorar los daños y el sufrimiento de la población civil, alejan aún más la esperanza de una solución pacífica y no hacen sino añadir dolor, cegando los puentes hacia la paz.
En 1968 se le concedió a Leopoldo de Luis, en Gandia, el premio de poesía Ausiàs March por su obra De aquí no se va nadie. Hoy esos versos podrían haber sido escritos como un relato de la situación que vive Oriente Medio: «Ni los muertos se van: son plomo oscuro y cal bajo la tierra y una invisible herida, un invisible hueco que dejan en el muro. Somos los habitantes sin regreso de una ciudad sitiada y en acoso. De aquí no se va nadie». Podríamos añadir que ni los muertos, ni los desplazados, ni los rehenes se van…
El escritor israelí ya fallecido Amos Oz tenía la esperanza de que algún día se alcanzaría una división pacífica de Palestina en dos estados, pero veía como gran obstáculo el «gen maligno del fanatismo», que es «el mayor riesgo de nuestro tiempo»: ese gen maldito, desmedido, inhumano e irracional, con capacidad de pisotear la dignidad de las personas segando vidas humanas. A ese gen maligno también se refirió la filósofa francesa Simone Weil en una carta que le escribió a Georges Bernanos: «Yo he sentido que cuando las autoridades temporales y espirituales separan a una categoría de seres humanos de aquellos cuya vida vale algo, nada le es más natural al hombre que matar. Si sabemos que podemos matar sin que nos castiguen ni nos culpen, matamos; o al menos rodeamos de sonrisas alentadoras a quienes matan».
Weil había combatido como voluntaria en la Columna Durruti en 1936, mientras que Bernanos había sido testigo de la guerra desde el bando franquista. A pesar de su distancia ideológica, ambos sentían la misma repugnancia ante ese gen maldito. Bernanos conservó la carta de Weil en su cartera hasta el final de sus días. La inmensa mayoría de palestinos e israelíes son gente de bien. Tan sólo desean vivir en paz, trabajar honradamente y que nadie ataque a sus familias ni les obligue a abandonar sus casas. Sin embargo, «las autoridades temporales o espirituales», o una parte de ellas, han olvidado la sabiduría de sus textos sagrados. «La paz debe reinar en la tierra, excluyendo la agresión y la opresión», enseña el Corán. «Honroso es al hombre evitar la contienda, pero no hay necio que no inicie un pleito», dice el libro de los Proverbios.
Gandia, 30 de octubre de 2023.
Publicado en la edición de La Safor del LEVANTE-EMV el 2 de noviembre de 2023.