Llevamos demasiado tiempo leyendo, escuchando y opinando sobre el proyecto de ley de amnistía que se registró en el Congreso de los Diputados el pasado 13 de noviembre. Un debate bronco y complejo en el que es difícil distinguir entre causas y efectos, diferenciando entre razones e intereses.
Al menos hasta el día siguiente de las elecciones del pasado julio, la cuestión de la amnistía era un debate inverosímil. La posibilidad de una amnistía había sido reiteradamente desautorizada por la mayoría del espectro político español, incluyendo, por supuesto, al PSOE y a Pedro Sánchez. Por ese motivo no fue uno de los temas ni argumentos de la campaña electoral, ya que no se debate sobre aquello en lo que hay coincidencia de criterios.
Sin embargo, a raíz de la endiablada aritmética parlamentaria resultante de las elecciones del 23 de julio, comenzaron a percibirse señales de que Sánchez podía sorprender o escandalizar a propios y a extraños mercantilizando sus propios principios, lanzando ofertas que no pudieran ser rechazadas y asumiendo la declaración atribuida a Groucho Marx: «éstos son mis principios, y si no os gustan, tengo otros»; un enunciado que describe al político acomodaticio y contemporizador, del que Sánchez se ha convertido en epítome, que no duda en sacrificar sus principios a favor de sus intereses y cuyo único objetivo es mantenerse en el poder.
Más allá del debate sobre el efecto de una amnistía que, para borrar los delitos, pone en tela de juicio las leyes, subyace un problema ético de calado. Si se concurre a unas elecciones con unos principios y con un programa, es un engaño y un desprecio a los electores modificarlos con la única motivación de mantener el poder cueste lo que cueste. Aristóteles decía que era dueño de su silencio y esclavo de sus palabras, sin embargo, Sánchez no se considera en absoluto esclavo de sus palabras. Es posible que el recién investido presidente se considere a sí mismo como Humpty Dumpty, aquel personaje de Lewis Carroll en A través del espejo que dialogaba con Alicia: «Cuando yo empleo una palabra, dijo Humpty Dumpty, significa lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos. El problema, respondió Alicia, consiste en saber si puedes hacer que una palabra tenga tantos significados distintos. El problema, dijo Humpty Dumpty, consiste en saber quién manda. Eso es todo».
Cuando ya se han retorcido los principios y se ha actuado en contra de lo que se anunció, es necesario intentar no quedar en evidencia y salvar la penosa impresión que produce aquel cuya palabra no tiene valor. Para ello hay que generar relatos, estirando y curvando la realidad, domesticando el lenguaje todo lo necesario para presentar como virtud lo que no es más que un engaño y disfrazar al villano para que adquiera la apariencia de un héroe.
El texto de la Proposición de Ley Orgánica de amnistía registrado por el Grupo Socialista comienza con una espesa y extensa exposición de motivos: defiende a ultranza la constitucionalidad de la propuesta y enumera los numerosos beneficios de todo tipo que se esperan alcanzar mediante la amnistía. Sin embargo, la finalidad de esa exposición de motivos no es explicar sino ocultar. Esos densos párrafos preñados de razonamientos circulares y referencias extemporáneas cumplen exclusivamente el objetivo de ocultar los objetivos reales y vergonzosos de la propuesta.
Las insistentes apelaciones al interés general, a la convivencia y a la superación de tensiones, son una cortina de humo que intentan que olvidemos lo que todos sabemos: la amnistía sólo está motivada por los intereses particulares de quienes la han pactado. El interés de Sánchez por ser investido presidente a cualquier precio y el interés de Puigdemont por sacar la cabeza para tomar aire y dejar de disolverse en la nada en su refugio de Waterloo.
Entre los relatos puestos en circulación por el gobierno para defender la amnistía, resultan llamativos, por lo que suponen de insulto a la inteligencia, los argumentos relativos a la pretendida constitucionalidad de la amnistía. Querer hacer creer a la opinión pública que la ley de amnistía es constitucional, está al mismo nivel que los terraplanistas que quieren hacernos creer que la tierra es plana. La Constitución Española ni siquiera menciona la amnistía y tan sólo considera como medida de gracia el indulto, con la limitación de que no sea un indulto general: lo evidente no necesita demostración.
Sánchez, en definitiva, ha conseguido lo que quería: ser investido presidente. Ha creado nuevas brechas en la sociedad y en su propio partido, y ya es un alumno aventajado de la teoría política de Groucho Marx: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos en cualquier parte, diagnosticarlos incorrectamente y aplicar los remedios equivocados».
Gandia, 26 de noviembre de 2023.
Publicado originalmente en la edición de La Safor del diario Levante-EMV, el 30 de noviembre de 2023. La fotografía que encabeza este artículo es un pantallazo de El Español de 23 de octubre de 2023.