De riadas y hombres

Antonio José Cavanilles fue un botánico y sacerdote valenciano del siglo XVIII, precursor del aprovechamiento racional de los recursos naturales. Estos días se ha recordado lo que escribió sobre las riadas en su obra Observaciones sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del reino de Valencia. En la página 159 describe el curso de la rambla del Poyo, desde las montañas de Buñol hasta la Albufera, resaltando que «su cauce siempre está seco, salvo en las avenidas cuando recibe tantas aguas y corre tan furiosamente, que destruye cuanto encuentra. En 1775 causó muchísimas desgracias en Chiva, sorprendiendo a media noche a sus vecinos; asoló un número considerable de edificios, esparciendo por más de dos leguas los tristes despojos y los cadáveres de los pobres que no pudieron evitar la muerte». Más de doscientos años después, la rambla del Poyo sigue mostrando su poder destructivo, en compañía del río Magro y del tramo final del devastador Xuquer.

El poeta Giacomo Leopardi escribió un poema sobre una erupción del Vesubio: «No estima la natura / ni cuida más al hombre / que hace a la hormiga». El hombre está desamparado ante la caprichosa naturaleza, inerme ante los vientos volubles que, como escribió Ausiàs March, siguen caminos dudosos por el mar. En La Safor esos vientos han sido esta vez propicios, esquivando una DANA preñada de muerte.

Nada podemos hacer para evitar los reveses de la irascible naturaleza, pero indudablemente no estábamos preparados para enfrentar un fenómeno como el que ha asolado Valencia. Hace cinco años la pandemia nos golpeó con fuerza y también fuimos conscientes de que no estábamos preparados frente al virus.

Más allá de agresivos debates –que llegan a provocar arcadas– entre políticos, opinadores y tuiteros, urge analizar las causas que han llevado la tragedia a 78 municipios. El origen fue la falta de capacidad de los cauces, aunque desde hace veinte años hay estudios sobre los riesgos de inundación y proyectos para evitarlos. Félix Francés, catedrático de Ingeniería Hidráulica de la Politécnica de Valencia, criticaba que, a pesar de los numerosos proyectos viables elaborados para minimizar el riesgo en la rambla del Poyo, las administraciones nunca los han realizado: esa rambla era uno de los temas prioritarios «desde que empezamos a estudiar estos temas en los años 90», señalaba Francés.

El absentismo del gobierno en inversiones hidráulicas es endémico. Invertir en prevención es políticamente poco rentable y se prefiere el cortoplacismo de asuntos más lucidores que se traduzcan en votos. El Estado no ha considerado prioritario prevenir los desastres naturales y ha ido aplazando sine die inversiones en las zonas inundables de la Comunidad; inversiones invisibles hasta que resultan imprescindibles.

Las riadas han afectado a centenares de miles de personas y han puesto de manifiesto la ineficacia para atender a quienes han quedado hundidos en el fango, el hedor y la miseria. Los políticos y responsables de las administraciones han ofrecido un espectáculo grotesco. En vez de coordinarse para solucionar los problemas se enzarzaron en dialécticas y priorizaron la difusión de sus «relatos», distribuyendo culpas o absoluciones en función de su color político. No tuvieron ‘el cabet en la faena’ sino en los titulares de los medios y en que no les salpicara el barro. El caos ha sido generalizado y la comunicación nefasta, pero nadie ha dimitido, ni ha sido cesado o destituido por ineptitud o irresponsabilidad. ¿Sería mucho pedir que se creara una comisión técnica multidisciplinar, independiente de los partidos políticos y de las instituciones implicadas, que analizara la gestión, los errores y las carencias en medios humanos y materiales que han provocado que la respuesta ante las inundaciones haya sido lenta y poco eficaz?

El fatídico 29 de octubre la Confederación Hidrográfica del Júcar no comunicó al Centro de Coordinación Operativa que a las 5 de la tarde el caudal de la rambla del Poyo crecía rápidamente. Allí estaban todos los responsables, incluida la Confederación Hidrográfica y excluido el President de la Generalitat que llegó a las 7. Si a las 5:30 se hubieran activado las alarmas, la población de L’Horta Sud habría tenido dos horas para ponerse a salvo. ¿No había nadie pendiente del caudal de la rambla?

Hablamos de riadas y de hombres. De personas que deben ser protegidas. Cuando lleguen otras riadas ¿estará el Estado preparado para proteger a la gente?

Gandia, 9 de noviembre de 2024.

Este artículo se publicó originalmente en la edición de La Safor del diario Levante-EMV, el 14 de noviembre de 2024.

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